Cómo frenar el comercio de armas



El asunto probablemente de mayor trascendencia global, la regulación del comercio de armas convencionales, aparece en el punto número 95, de un total de 168, de la agenda provisional de la 67 Asamblea. Figura en el apartado G, dedicado al desarme en general. Está por ver qué curso se le dará, pero la cosa no promete.

El proyecto de tratado mundial de Comercio de Armas convencionales (o TCA) resultó frustrado hace dos meses, en la primera conferencia diplomática mundial celebrada sobre el tema. Cuando comenzó, a primeros de julio en Nueva York, el hecho sangrante de que un millar de personas mueren cada día en el mundo por armas ligeras fue un leitmotiv que aparentemente unía la voluntad de 193 estados para poner orden en el mercado armamentístico. Si las armas de destrucción masiva -que son objeto de tratados internacionales- constituyen un peligro latente, las pistolas y los fusiles son los que más matan.

No podía haber objetivo más encomiable. La campaña para conseguirlo comenzó diez años atrás, con organizaciones civiles de 125 países agrupadas bajo el nombre Armas bajo Control, ejerciendo presión. Habida cuenta de que el comercio de armas es un negocio formidable, con Estados Unidos y Rusia como mayores exportadores, tan sólo los precedentes de la prohibición de las minas antipersona y de las bombas de racimo -que impulsaron Canadá y Noruega respectivamente- hacían albergar esperanzas. La Asamblea General de la ONU del 2006 dio un primer paso para regular el mercado de armas, y sufrió el veto de la administración de George W. Bush. En el 2009, Barack Obama se mostró de acuerdo, lo que permitió cuatro conferencias preparatorias y la final, maratoniana, del pasado julio. Pero ha sido precisamente la actitud de EE.UU. la que ha acabado causando frustración.

La guerra siria, con acusaciones cruzadas entre Washington y Moscú, planeó desde el principio sobre la conferencia. Además, la definición de qué debía y no debía incluir el TCA (blindados, aviones de combate, buques de guerra, tecnología de sistemas, repuestos...) constituía un laberinto tras el cual se escudaban los intereses reales de cada cual.

La filosofía de fondo fue un obstáculo mayor. En síntesis, se trataba de que el TCA sirviera para impedir no sólo el tráfico ilegal sino también el suministro de armas a todo país donde exista un riesgo evidente de que éstas sirvan para cometer graves violaciones de los derechos humanos, crímenes de guerra o genocidio.

Esta ambición, defendida por estados como Noruega y Nueva Zelanda, la mayoría de africanos y de latinoamericanos, con México a la cabeza (los narcos mexicanos se nutren de un intenso tráfico desde EE.UU.), chocaba con los criterios de Corea del Norte, Irán, Argelia o Siria, según dijo al final de la conferencia su presidente, el diplomático argentino Roberto García Moritán.

En realidad eran más los objetores. Rusia, China, Egipto e India, suspicaces del concepto de derechos humanos manejado por Occidente, tras el cual observan "motivaciones políticas", preferían un tratado débil. De otro lado, Estados Unidos se oponía a incluir las municiones en la regulación y tenía muchas reservas sobre las armas ligeras (la poderosa Asociación Nacional del Rifle rechazaba, desde luego, el tratado).

En la última jornada de la conferencia, los delegados de la campaña Armas bajo Control creían estar cerca del objetivo. Pero en el último momento EE.UU. dijo que necesitaba "más tiempo". Rusia, China y otros se sumaron a la negativa. Y no hubo firma.

La administración Obama había marcado el criterio de que el TCA se tenía que aprobar por consenso de los 193 países. El borrador está ahora en la agenda de la Asamblea General y no es necesario el consenso sino una votación por mayoría, cosa que lo diluye bastante. Según Anna MacDonald, delegada de Oxfam, la conferencia de julio "fue un fracaso de liderazgo de Estados Unidos". Para Jeff Abramson, director del secretariado de Armas bajo Control, "las esperanzas se frustraron cuando EE.UU. y otros bloquearon inesperadamente la adopción del tratado en el último minuto, pero esto es sólo un retraso y no el final del proceso". Es una manera optimista de verlo.



Fuente: La Vanguardia

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