En
Río, con menor despliegue policial, los miles de manifestantes
pudieron llegar hasta el centro de la ciudad, escenario de las
grandes protestas democráticas del pasado. Aunque la movilización
empezó de manera pacífica, acabó también con una batalla campal
entre policía y manifestantes que dejó tres heridos. Porto Alegre
acogió otra protesta en la que también se produjeron
enfrentamientos.
Policía militar, fuerzas de choque, helicópteros, policías a caballo, motorizados y con perros policiales fueron desplazados para detener la marcha, con la que acabaron enfrentándose. La tropa de choque lanzó gases lacrimógenos y disparos de balas de goma contra los participantes en la protesta, algunos de los cuales, arrodillados, levantaban en vano los brazos en alto. Los grupos violentos infiltrados, por su parte, llegaron a lanzar bombas molotov.
Lidio
Costa, responsable de tráfico de la Policía Militar, confesó ya al
inicio de la manifestación que la situación se estaba "saliendo
de control” y añadió: “No nos responsabilizamos por lo que
pueda ocurrir”. El alcalde de São Paulo, Fernando Haddad,
reconoció que la violencia de esta noche había sido "policial".
"El martes pasado la imagen que quedó fue la de la violencia de
los manifestantes. Hoy, por desgracia, no quedan dudas: la imagen que
ha quedado es la de la violencia policial", afirmó.
Los
reporteros presentes de los medios de comunicación tuvieron que huir
en varias ocasiones de la policía y dijeron que el número de
policías civiles y militares era “gigantesco” y que la situación
era de “total confusión”. Quienes viajaban en coche acabaron
corriendo para refugiarse en una estación de policía.
Grupos
de jóvenes del Partido de los Trabajadores, el partido del gobierno,
que decidieron participar en la manifestación, fueron abucheados con
gritos de “PT no”.
Lo que algunos no entendieron fue la obstinación de las fuerzas del orden de impedir a los manifestantes entrar en la Avenida Paulista, célebre por albergar las famosas y multitudinarias marchas de los homosexuales y de los evangélicos que paralizan cada año dicha avenida principal. Alegando motivos de seguridad, la Paulista fue cortada al tráfico en una ciudad que llegó a contar 200 kilómetros de embotellamiento. No obstante, tras horas de enfrentamientos, los manifestantes consiguieron llegar. Mientras tanto, en Río las fuerzas del orden permitieron a la protesta recorrer las calles principales y llegar al centro, lo que evitó mayores enfrentamientos con la policía.
Tanto el gobernador de São Paulo, Gerardo Alkcmin, del partido de la oposición (PSDB), como el alcalde Fernando Haddad, del partido del Gobierno (PT) condenaron duramente los actos de violencia de los manifestantes, menores que los del martes pasado. Ambos se mantuvieron firmes en la voluntad de no ceder a las reivindicaciones.
Alguien podría preguntarse cómo es posible que por una diferencia de aumento de los transportes de 20 centavos de real, las dos mayores ciudades del país hayan podido salir a la calle con tanta violencia, algo desconocido en Brasil en los últimos diez años. A veces, comentaba un periodista brasileño “basta una colilla de cigarro para provocar un incendio”.
Quizás Brasil, a partir de ahora tendrá que acostumbrarse a esas manifestaciones callejeras tan conocidas ya en otros países. Los manifestantes de São Paulo, antes aún de concluir la marcha de protesta del martes, ya anunciaron otra manifestación para el martes próximo.
Hay
hasta quién habla de “un antes y un después” de las protestas
contra un aumento de 20 céntimos en los billetes de los autobuses.
Fuente e imagen: El País.
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